Este año está naciendo una nueva generación que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad. Se la ha bautizado como Generación Beta, y aunque todavía son bebés que apenas balbucean, ya están destinados a crecer en un mundo profundamente distinto al que conocimos las generaciones anteriores.

Yo llevo más de una década trabajando en el desarrollo de tecnología e implementando soluciones de inteligencia artificial para el sector salud, y mientras observo el rumbo que está tomando la innovación, me resulta inevitable preguntarme: ¿cómo será la vida de esta nueva generación en un planeta automatizado? ¿Qué los diferenciará de nosotros, los que crecimos en la incertidumbre de un mundo todavía a medio camino entre lo digital y lo analógico?

Para ponerlo en perspectiva, siempre me gusta hacer una introspectiva  de ¿cómo fueron las generaciones anteriores? La Generación X, a la que pertenecen muchos de mis colegas, creció en un contexto de transición industrial. Vivieron la llegada del computador personal, del fax, del teléfono móvil en sus primeras versiones pesadas y costosas. Eran los tiempos en que se hablaba de “globalización” como un fenómeno nuevo y en que acceder a la información todavía implicaba visitar una biblioteca o comprar enciclopedias físicas.

Luego vinieron los millennials que crecieron familiarizados con el internet a cuestas y fueron los primeros en experimentar una juventud más digitalizada, con el nacimiento de las redes sociales y los primeros smartphones. Esta generación fue pionera en entender que el conocimiento estaba a un clic de distancia.

Cuando llegó la Generación Z, la de los nativos digitales, ellos nunca concibieron un mundo sin internet, sin YouTube o sin aplicaciones de mensajería instantánea. Para ellos, el concepto de esperar una carta o pasar horas buscando un dato en una biblioteca suena tan extraño como para nosotros lo fue la idea de vivir sin electricidad. Son ágiles en el uso de la tecnología, pero aún crecieron en una sociedad donde los humanos tenían que aprender a convivir con la tecnología, en un proceso de adaptación constante.

La Generación Beta, en cambio, no tendrá que adaptarse: nacerán dentro de un ecosistema ya completamente automatizado. Si hoy nos impresiona la capacidad de los modelos de inteligencia artificial para generar imágenes, escribir textos o resolver problemas complejos en segundos, lo que estos niños verán en su adultez será aún más disruptivo. Estarán rodeados de asistentes inteligentes que no solo responderán preguntas, sino que anticiparán sus necesidades, coordinarán su día a día y tomarán decisiones por ellos.

Entonces imagino un futuro en el que los Beta no usarán teclados ni pantallas como lo hacemos ahora, porque la interacción con está será casi invisible. La voz, los gestos, los sensores biométricos o incluso interfaces neuronales podrían convertirse en los medios principales para relacionarse con la tecnología. Y, a diferencia de nosotros, que todavía debatimos sobre el “peligro” o la “magia” de la inteligencia artificial, para ellos será tan normal como para un millennial era prender la televisión o conectarse a internet.

Lo más interesante de esta nueva generación es cómo cambiará su relación con el trabajo. Cuando pienso en mi propia trayectoria laboral, recuerdo que el esfuerzo siempre estuvo asociado a horas de dedicación, de aprendizaje y de resolución manual de problemas.

Aprender a programar, por ejemplo, fue un proceso arduo que me exigió pasar noches enteras leyendo documentación, probando y fallando. Pero la Generación Beta no necesitará atravesar ese mismo camino. Ellos contarán con sistemas de IA capaces de generar código de manera automática, resolver errores en segundos y crear aplicaciones con simples instrucciones de voz.

Esto no significa que no vayan a aprender, sino que su aprendizaje será radicalmente distinto: se enfocará en la creatividad, en la estrategia, en el diseño de objetivos más que en la ejecución mecánica.

Muchos temen que la automatización le “robe” el trabajo a esta generación, pero yo lo veo desde otra óptica. Si la Generación X tuvo que acostumbrarse a que una máquina reemplazara tareas físicas, y los millennials vimos cómo los algoritmos empezaban a reemplazar tareas administrativas, la Generación Beta vivirá en un mundo donde casi todo lo repetitivo estará delegado a sistemas autónomos.

 Eso, lejos de ser una amenaza, abrirá la puerta a que el ser humano se concentre en lo que realmente nos hace únicos: la capacidad de imaginar, de empatizar, de cuestionar y de dar sentido a lo que hacemos.

Claro que no todo será sencillo. Así como otras generaciones tuvimos que lidiar con la sobreexposición en redes sociales y la Generación Z enfrenta problemas de salud mental asociados al uso excesivo de pantallas, los Beta tendrán que aprender a manejar un mundo donde los límites entre lo humano y lo artificial serán cada vez más estrecho.

Así mismo, crecerán en una sociedad donde será difícil distinguir si un texto, una imagen o incluso una interacción proviene de una persona real o de una máquina hiperrealista. Su gran reto será formarse para cultivar más su contacto desde lo humano.

Por otro lado, me gusta pensar que, como desarrolladores de tecnología, tenemos la responsabilidad de preparar el camino para ellos. Cada decisión que tomamos hoy sobre cómo entrenar modelos de IA, cómo regular su uso o cómo garantizar la privacidad de los datos, será el terreno en el que la Generación Beta aprenderá a caminar.

Y no puedo evitar sentir un poco de envidia: ellos no tendrán que pasar por la etapa de asombro constante que nosotros vivimos, porque para ellos la novedad de la IA será lo cotidiano. Si logramos darles las herramientas correctas, quizá ellos sean los primeros en construir un mundo donde la tecnología no solo aumente la productividad, sino que potencie a la humanidad sin perder su calidez y esencia.

Al mirar hacia atrás, veo una clara línea evolutiva: la Generación X abrió la puerta a lo digital, los millennials la expandieron, la Generación Z la normalizó, y ahora la Generación Beta la vivirá en su máxima expresión.

Será la primera generación que no recordará un mundo sin inteligencia artificial omnipresente, y quizá la primera que pueda dedicarse de lleno a problemas que van más allá de la supervivencia laboral o económica. Ellos crecerán con la posibilidad real de enfocarse en los grandes desafíos de la humanidad: mejorar la salud, trabajar por la sostenibilidad del planeta, avanzar en la exploración espacial, la sostenibilidad de los recursos, la redefinición de lo que significa ser humano.

Como desarrollador, me emociona y me inquieta al mismo tiempo pensar que el software que hoy escribo puede ser solo un juguete obsoleto para cuando estos niños alcancen la adultez.

Pero esa es la esencia de la innovación: sembrar hoy, aun sabiendo que la cosecha la disfrutarán otros. La Generación Beta será una generación que nos obligará a replantearnos, una vez más, qué significa ser humano en un mundo con IA.

Dorian

por Dorian Ferney Rallón Galvis

Profesional en Ingeniería de Sistemas de la Universidad Cooperativa de Colombia sede Bucaramanga y reconocido empresario santandereano, emprendedor y soñador que a través de la experiencia se ha convertido en un referente en innovación digital. Fundador y CEO de Biofile: suite profesional para prestadores de salud.